viernes, septiembre 24, 2010

Me acorde de algo.

Cuando tenia unos 6 o 7 años tomaba clase de expresion corporal en un enorme departamento de la condesa, en la calle de Amsterdam. La clase la daba una señora argentina llamada Mirta cuyo cuerpo, cara, sonrisa y arrugas hacian que parecia no tener edad. Dentro del departamento habia un amplio cuarto, supongo en lugar de la sala y el comedor; con duela en el piso y ventanales desde los cuales se apreciaba la preciosa tarde. Recuerdo que tenia un mueble donde tenia el stereo con musica de todos los ritmos y centenares de cajitas de diferentes tamaños. Tambien, pegados al gran ventanal tenia dos canastos (de esos que les ponen a los camellos en Egipto para llevar cosas) en donde guardaba pedazos de tul, de todos los colores y tamaños supongo que para ser utilizados por la hambirenta imaginacion infantil. En la clase habia un minimo de 10 niñas de las cuales habia dos que me parecian particularmente interesantes cuyos nombres me parece nunca recordare, sin embargo creo recordar lo que me llamaba la atencion de ellas: La primera era una una niña japonesa que supongo de mi misma edad. Recuerdo que tenia un hermano o hermana mas pequeño que ella que siempre la acompañaba a clase y se quedaba junto con su madre en el espacio designado a todos aquellos que no tomaran la clase los jueves de 4 a 6. Lo que mas me dava curiosidad de ella eran sus piernas, habia algo en ellas que no la dejaban estirarse como todos los niños de la edad, le costaba trabajo hacer ciertas cosas pero no tenia mucha fe en si misma (siempre quise saber por que) asi que Mirta hacia ese trabajo por ella, y con esa voz tan gritona que tienen los argentinos practicamente la obligaba a intentarlo, a veces me parecia que la forzaba demasiado, incluso parecia algo cruel, era entonces cuando ella salia corriendo a los brazos de su siempre sonriente madre. Hoy la recorde, junto con todo lo demas y aun me pregunto si habra tenido un accidente, o si asi eran sus piernas desde el inicio.
La clase duraba dos horas y como no siempre tenia la energia o incluso las ganas para hacer los ritmicos ejercicios me escapaba al baño. Despues de los 40 centimetros que creci durante poco menos de una decada me pregunto si el baño de diminutos azulejos azul cielo se vera igual de grande que cuando iba y me impresionaba el tamaño de la tina, que me recorbada a una ballena y el impresionante eco que generaba el minimo sonido, siempre quise llevar a ese baño color azul cielo una aguja, para, con mucho cuidado, tirarla e intentar oir el eco en cuanto Mirta dejara de gritar emocionada que siguieramos saltando de las barras a un metro veinte del piso (entonces, una altura, para mi gusto, bastante preligrosa). La otra niña que recorde creo que era de Paraguay (¿O Uruguay?) y tenia el cabello mas rubio que habia visto en mi vida, era como el sol antes de llover: brillante y amarillo; siempre quise tocarlo y comprobar si era tan suave como parecia bajo en tul lila y las luces de colores del techo. Al terminar la clase ella platicaba con todas y derrepente se iba, a lo que yo corria al ventanal y veia a su papa (que por alguna razon siempre me parecio muy guapo) llegar en su bicicleta en la cual, detras del asiento habia un cojin donde ella saltaba y se sentaba de una manera tan agil y graciosa que me deva envida. Asi ambos se enfilaban calle abajo a un mundo que siempre estuve ansiosa por conocer.
Cuando iba a esa clase mi mama tenia un murano color negro en el cual recorriamos insurgentes de norte a sur y viceversa para llegar hasta Amsterdam y a casa. Durante el trayecto siempre iba adelante junto a mi mama, que me hablaba hasta que mi hermana y yo caiamos dormidas. Siempre inclinaba el asiento hasta que quedaba casi horizontal, de forma que durmiera placidamente. Aun hoy, hay un edificio que amo por que en la noche enfila las nubes pintando su punta de verde y morado. Si viven o han vistado esta ciudad supongo que lo han visto, esta en insurgentes, a la altura del parque hundido. Y todo mis recuerdos de esas tardes regresaron por que recorde que durante el trayecto de regreso a casa solo despertaba para ver la punta de ese edificio brillar, cuando ya no podia verlo, me volvia a dormir, con la promesa de volver a vernos la semana siguiente.Ese es el edificio, el que se ve al fondo, solo para que supieran...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece increible la forma en que describes tus recuerdos, pareciera como si repararas en ellos cada que se te aparecen en la memoria, bonito rato me dejó leerte.

Espero más entradas como ésta!

Anónimo dijo...

andy, si un dia no escribes un libro por decision propia, yo misma ire y te atare a una compu hasta q lo hagas!! describes todo como pocas personas y tienes un estilo muy particular, me encanta!!! te quiero muucho primaa!!! y te extraño!! xx