domingo, noviembre 21, 2010

Viajando al pasado cada verano.

El viaje comenzaba al subirnos a la camioneta: Mi mama manejando, mi hermana tras ella y yo hasta atrás. Partiendo hacia la ciudad de Puebla donde nunca paramos y siguiendo hasta Orizaba.
Esa carretera siempre fue y sera una aventura desde morirse de calor en la recta que entra y sale de Puebla, morirse de frió y ver el agua nieve en Río Frió y moverse entre los cerros y los túneles cubiertos de nubes antes del valle que guarda mas de tres ciudades. Durante años mi mama siempre abrió la ventana para comprar las galletas de maíz que aun hoy, venden en la caseta de Esperanza.
Al terminar de bajar los cerros cubiertos en nubes que parecían bolas de helado de limón con crema batida en la punta seguíamos por la carretera hasta la desviación hacia Río Blanco. Aquí es donde empieza el viaje en el tiempo. En la calle real se ven señoras caminando con sus mandiles y canastas llenas con la verdura fresca del mercado, señores de sombrero comiendo paletas de limón y niños en patines de cuatro ruedas. Siguiendo mas adelante y a lado derecho del camino sigue estando la panadería Orea la cual, desde hace mas de tres décadas es propiedad de la familia con el mismo nombre. Al bajarnos de la camioneta el tío de mi mama dejaba su periódico y se movía lentamente de atrás hacia adelante del mostrador para darnos la bienvenida con una charola y unas pinzas clásicas de panadería mexicana para que mi hermana y yo la llenáramos del pan para la cena de ese día y el desayuno de mañana. Siempre corriendo de las abejas que inundaban el lugar sin molestar a nadie y que se paraban en tus labios para llevarse el azúcar del moño que acababas de morder quedaba lista la montaña de 16 piezas de pan (mas bolillos para la comida) estaba lista nos cobraban y daban a cambio una enorme bolsa de papel estraza que olía tan bien que al cerrar la puerta de la camioneta y cerrar los ojos te transportabas nuevamente a los hornos de la panadería Orea.

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